viernes, 20 de mayo de 2016

¿QUIEN TIENE HAMBRE AHÍ? (parte II)


Comer es un acto que tenemos que realizar entre tres y cinco veces al día para sobrevivir y por muchas diferentes razones, casi siempre realizamos de modo automático y con cierta rapidez, a no ser que tengamos una comida de trabajo, donde lo que menos importa es la comida.

Y en muchos casos este automatismo nos lleva a comer sin saber ni qué ni por qué comemos, sin embargo, si prestamos atención al acto en sí, podemos descubrir que comer es uno de los actos más enriquecedores y sensuales que realizamos al día, aunque sea una simple ensalada.

Mi querida maestra y amiga, Jan Chozen Bays, gran profesional de Alimentación Consciente, describe en su libro COMER ATENTOS el hambre en 8 tipos. Si, habéis leído bien. Tenemos 8 tipos de hambre y estos son: hambre visual, hambre olfativa, hambre bucal, hambre auditiva, hambre estomacal, hambre celular, hambre mental y hambre de corazón.

En el artículo anterior, hablábamos en más profundidad sobre el hambre visual con su famoso “come con los ojos”, del hambre olfativa y como los olores nos pueden conectar con recuerdos incluso llevándonos a nuestra niñez, del hambre bucal y esa sinfonía de sensaciones y sabores que despiertan en la boca con cada alimento, del hambre auditiva y como el sonido de las palomitas del vecino en el cine nos despierta todas las glándulas salivares y por último del hambre estomacal, ese músculo que se deja llevar por nuestros hábitos alimentarios.

Y desde aquí retomamos con el hambre celular, que es diferente al estomacal. El hambre celular está directamente conectado con nuestra sabiduría interna, esa que todos tenemos dentro desde siempre y que cuando éramos pequeños nos avisaba de que tocaba comer algo independientemente de la hora que fuese. Esa sabiduría que a medida que hemos ido creciendo hemos acallado por todo el ruido externo tanto de padres, amigos, maestros, medios de comunicación que parecen saber más y mejor que nosotros mismos sobre lo que es bueno y malo y sobre lo que hay o no hay que comer.

Pero si lo que queremos es recuperar una relación saludable y equilibrada con la comida, es esencial que aprendamos a dirigir nuestra consciencia hacia el interior para así volver a escuchar lo que nuestro cuerpo nos está diciendo acerca de sus necesidades y satisfacción.

¿Cómo podemos aprender a escuchar la llamada de las células pidiendo nutrientes? El cuerpo puede indicar que tiene hambre a través de síntomas como dolor de cabeza, vértigos, irritabilidad, sensación de mareo o súbita pérdida de energía y agotamiento. Y el mindfulness o la atención plena nos ayuda a tomar conciencia de ello. Hay muchas maneras de ser amables con nosotros mismos y pararnos para escuchar a la sabiduría de nuestro cuerpo es probablemente la manera más adecuada. Hay que tomarse una pausa antes de comer y dirigir la atención hacia el interior y preguntarle al cuerpo que necesita para hacer su trabajo.

El hambre mental se basa en pensamientos. Aquí es donde habitan todos los “debo”, “puedo”,
“conviene”, “merezco”, “debería”, “esto no”, “nueva dieta ultra-rápida”, “deshazte de esos kilos YA”, etc, etc, etc. Es decir, el hambre mental se suele basar en absolutos y opuestos: comida buena vs comida mala, lo que hay que comer vs lo que no hay que comer. Y no hay nada bueno o malo, NADA. Sólo depende de cuanto comamos. Es decir, hoy en día el aguacate es súper sano, pero si nos hinchamos de aguacate desayuno, comida y cena, le estamos dando a nuestro cuerpo un exceso de grasa vegetal con la que tendrá que lidiar posteriormente. Los huevos fueron unos villanos durante una buena temporada y sin embargo en estudios posteriores se vio que el huevo no aumenta el riesgo de ataques de corazón. Y frente a todos estos absolutismos, yo opto por el camino budista que nos aconseja no dejarnos atrapar por ningún extremo. Es decir, no aferrarnos a ningún tipo de comida ni despreciar otros. La comida es comida. Y el resto, son juegos mentales.

Es la mente la que nos genera ansiedad. Es la mente la que considera que el cuerpo debería cooperar y comer a la perfección si puede mantenernos perfectamente informados acerca de la verdad, de datos nutricionales científicos. Cuando en realidad se ha demostrado que esos datos acaban siendo siempre temporales y variables. Cuando nos alimentamos basándonos en los pensamientos de la mente, nuestro comer suele estar basado en la preocupación. Cuando la mente se acerca a lo que deberíamos y no deberíamos comer, se aleja del disfrute de lo que tenemos en la boca.

Es la mente la que nos conecta con la sensación de escasez y nos invita a almacenar por si acaso nos quedamos con hambre y no hay nada más que comer más tarde, imponiéndose a todo el resto de las señales de saciedad y satisfacción.

Si queremos establecer una relación equilibrada con la comida, debemos aprender a escuchar la profunda sabiduría del cuerpo.

¿Que satisface nuestro hambre mental? La mente se queda realmente satisfecha cuando se calma. Cuando el crítico interno o todas esas voces contradictorias que hablan sobre la comida se aplacan. Entonces es cuando podemos estar totalmente presentes mientras comemos; cuando estamos llenos de conciencia, nos llenamos de satisfacción.

Y por último pasamos a hablar del hambre de corazón. La comida siempre ha unido mucho. Ya desde las cavernas, los hombres se sentaban alrededor del fuego a compartir la caza. Era un punto de encuentro, de compartir. De sentir HOGAR. De hecho etimológicamente, la palabra hogar viene del latín focus que significa fuego. La palabra hogar proviene del lugar donde se encendía el fuego, a cuyo alrededor se reunía la familia para calentarse y alimentarse. La comida está intrínsecamente asociada con el cuidado y el amor. Cuando salimos de la tripa de nuestras madres, la toma del pecho no solo es la toma de alimento sino que supone para nuestro cerebro un estímulo de calor, conexión profunda y amor. Y todo esto, inconscientemente, lo tenemos asociado con la comida.

Y por ello, cuando tomamos consciencia de cuándo y cómo comemos, empezamos a darnos cuenta de que quizá comemos en un intento de llenar un agujero, no en el estómago, sino en el corazón. Comemos cuando nos sentimos solos. Comemos cuando acaba una relación. Comemos en las celebraciones. Cuando estamos tristes. Cuando estamos alegres. Pero… debemos comprender que la comida que metemos en el estómago nunca podrá llenar algunos vacíos, ni calmará ese dolor en el corazón. 

No es casualidad que muchos de los platos que nos reconfortan suelen ser los que solían prepararnos nuestras madres o abuelas. Para cada persona, la comida que está sazonada con amor es distinta. Cuando hablas con gente de comida casera, de comida reconfortante, siempre descubres una historia cálida, con sensación de conexión, amor y compañerismo. El corazón se nutre a través de la intimidad y conexión con los demás.

Alimentamos nuestro corazón cuando ponemos atención al prepararnos la comida, cuando nos tratamos como si fuésemos un invitado a la mesa. Arreglar con cariño el plato nos cuesta poco y sin embargo nos alimenta la vista y el corazón.

En última instancia, lo que alimentará nuestro corazón es la intimidad con este preciso momento. Podemos experimentar esta intimidad con cualquier cosa que se nos presente: gente, plantas, arroz, piedras o uvas. Eso es lo que nos aporta estar presentes: el dulce y penetrante sabor de la verdadera presencia, con uno mismo primero y con el entorno después. Cuando esa presencia nos llena, todo hambre desaparece. Todas las cosas, tal y como son, representan un rendimiento al momento presente.

Hoy en día vivimos con una incesante sensación de no tener suficiente, de no hacer suficiente, de no llegar a todo, por lo cual nos da la sensación de que en realidad no llegamos a nada. De estar más conectados que nunca al mundo y sin embargo más desconectados que nunca de nosotros mismos, llevándonos a sentir una soledad tremenda y la comida puede ser una magnífica ocasión para escapar de esta soledad. De esta sensación de vacío, De esta sensación de no ser o tener suficiente.

Sin embargo, si comemos con la mente abierta. En conexión con nuestras emociones, sensaciones físicas y pensamientos, sean los que sean, conectado y honrando los alimentos que nos permiten seguir con vida, si comemos con esta mente abierta, despierta y atenta, entonces podemos experimentar nuestra conexión más íntima con todos esos seres, disolviendo nuestra soledad.

Así que te pido que la próxima vez que vayas a hacer una comida, chequea con todas tus hambres. Si sientes hambre pero descubres que tu boca, estómago o cuerpo no tiene hambre, entonces casi seguro, estás sintiendo hambre de corazón. 

Y para alimentar ese hambre te sugiero que llames a un buen amigo, salgas a dar un paseo consciente con tu mascota, realices alguna actividad en el jardín, pongas tu música favorita o simplemente te sientes un rato contigo misma en tu rincón de meditación.

Y si comes, hazlo lentamente, sin esconderte, y abre la conciencia a la multitud de seres que hicieron posible que estos alimentos estén en tu mesa. ¡Y DA LAS GRACIAS!

domingo, 21 de febrero de 2016

¿QUÍEN TIENE HAMBRE AHÍ? (parte I)


Comer es un acto que tenemos que realizar entre tres y cinco veces al día para sobrevivir y por muchas diferentes razones, casi siempre realizamos de modo automático y con cierta rapidez, a no ser que tengamos una comida de trabajo, donde lo que menos importa es la comida.

Y en muchos casos este automatismo nos lleva a comer sin saber ni qué ni por qué comemos, sin embargo, si prestamos atención al acto en si, podemos descubrir que comer es uno de los actos más enriquecedores y sensuales que realizamos al día, aunque sea una simple ensalada.

Mi querida maestra y amiga, Jan Chozen Bays, gran profesional de Alimentación Consciente, describe en su libro COMER ATENEOS el hambre en 8 tipos. Si habéis leído bien. Tenemos 8 tipos de hambre y estos son: hambre visual, hambre olfativa, hambre bucal, hambre auditiva, hambre estomacal, hambre celular, hambre mental y hambre de corazón.

El hambre visual, es ese hambre que aparece cuando ya hemos terminado de comer y estamos bien, relativamente llenas, y aparece el carrito de los postres, y ¡¡¡tachan!!! Hay una maravillosa tarta de zanahoria con su frost mirándome cara a cara y diciéndome “cómeme” “cómeme”. O cuando por ejemplo llegamos a un restaurante y mientras estamos decidiendo qué pedir, pasa un delicioso plato por delante con una melanzzane gratinada humeante recién salida del horno. A lo mejor en ese momento nuestro hambre celular es normal, sin embargo se nos antoja ese plato por los ojos.

Ya conocéis esa famosa frase de las madres “es que mi hijo come por los ojos”. Y muchas veces decidimos la cantidad que vamos a comer por los ojos. Miramos al plato que esté razonablemente lleno y ¡voila!. Pues bien, ese es el hambre visual.

Y la vista ¿de que más se alimenta además de comida?. Pues bien, la vista se alimenta de belleza. Lo que la atrae es la belleza, la armonía, los colores, la variedad, las diferentes texturas, etc. Prepararnos la comida bonita en el plato, alimenta nuestra vista. Ponernos una mesa bonita, con mantel, una vajilla bonita, e incluso alguna flor o vela, como si fuese a venir un invitado a comer, nos alimenta la vista. Y nos predispone a comer de otra manera. Pero voy más allá de la comida. Pararnos a contemplar un árbol o el las hojas en otoño alimentan nuestra vista. Nos calma, nos trae armonía al cuerpo y además de alimentar nuestra vista, alimentamos también nuestro corazón.

Después está el hambre olfativa. El olor nos evoca sensaciones que van mucho más allá de la comida. ¿Cuántas veces vamos a comer a casa de nuestra madre y ya podemos oler las hoyas desde el ascensor? ¿Olemos comida u olemos hogar? O ¿cómo identificamos los olores de la canela y galletas de jengibre cuando se va acercando la Navidad? . La nariz es un elemento clave para ensalzar la comida. Y bien lo podemos comprobar cuando estamos resfriadas o con gripe. La comida apenas nos sabe a nada, por lo que llegamos mucho antes al aburrimiento. El olor es el preámbulo necesario para el sabor o el gusto. Sin olor, se pierden las sutilezas del sabor y la comida se convierte en algo que hay que consumir porque el cuerpo necesita combustible. Y esto lo sabe la industria alimentaria, y bien se encargan de potenciar ciertos olores que saben que nos animarán a comer más.

Por lo cual, si en cada bocado nos paramos a apreciar todos los matices diferentes de la comida, apreciando, las especies, las hierbas, el contraste de los olores, nos ayuda una vez más a alimentar nuestro olfato, a ensalzar bocado a bocado la comida deliciosa que tenemos delante y, como no, de alguna forma, acabaremos también alimentando nuestra alma.

Y ahora pasaremos hablar del hambre bucal. Una de las hambres más demandantes, por decirlo de alguna manera. Es el deseo de la boca de sensaciones placenteras. Y estas varían dependiendo de la persona y del entorno, tradiciones culturales, condicionamiento, etc.

Pero hay algo que caracteriza a la boca en concreto que es el principal foco de placer. En la boca se encuentran las cinco diferentes papilas gustativas. El dulce, salado, ácido, amargo y el umami, un sabor que se identifica con lo proteico o aminoácidos. Cinco estímulos diferentes que cuando entra algo de comida o bebida en la boca se ponen todos en marcha. Yo lo identifico como un grupo de música. Todos tocan sus piezas y todos complementa y acaban componiendo una melodía única y muy placentera si estamos conectados a ella. La batería, el bajo, la guitarra, los teclados y la voz. Todos componiendo al unísono un momento que puede ser realmente placentero. Pero la mayoría de las veces, cuando estamos comiendo, estamos más conectados a lo que vamos a poner en el siguiente tenedor que lo que está pasando en la boca. Es decir al hambre visual, que al bucal. Por lo cual nos perdemos la esencia de la melodía. Lo más importante.

Por otro lado, como la boca está muy acostumbrada al estímulo, cuando no lo tiene se aburre pronto y está siempre buscando algo nuevo. Es decir, si por la boca fuese, no pararíamos nunca de comer pasando de un sabor a otro que la mantuviera entretenida.

Si queremos sentirnos satisfechos al comer, la mente ha de ser consciente de lo que sucede en la boca. En otras palabras, si quieres disfrutar de una fiesta en la boca, debes de invitar la mente al banquete. Traer la conciencia. Estar conectada. Y estar atenta pues la boca siempre pide una segunda ración. Y una tercera. Y una cuarta, sobre todo si los sabores son cambiantes.

La clave para satisfacer el hambre de boca está en estar presentes en la fiesta que hay en ella. Esto significa situar al concentración de la mente en la boca y abrir la conciencia a todas las texturas, movimientos, olores, sonidos y sensaciones gustativas al comer y beber. En definitiva, comer con consciencia y curiosidad.

Y por último en esta entrega, vamos a hablar del hambre estomacal. ¿Qué señales emite el estómago cuando tiene hambre? Hay gente que dice que el estómago habla, que gruñe, otras que hay una sensación de vacío, como un agujero que necesita ser rellenado. Otra experimentan opresión. Y casi todos coinciden en que se trata de sensaciones poco agradables. Y esto está bien, pues si no recibiéramos señales de que tenemos hambre, podemos morir. La historia aquí es que el estómago no nos da ese tipo de señales. El estómago da señales de plenitud (estar lleno) o vacío. Que no necesariamente tienen que ver con el hambre celular. Ese hambre que sentimos si hemos desayunado a las siete de la mañana y son las cuatro de la tarde y todavía no hemos probado bocado.

La idea de que el estómago nos avisa de cuando tenemos que alimentarlo no es correcta. En realidad, somos nosotros los que le decimos al estómago cuándo tener hambre. Y esto se produce a través de nuestros hábitos alimentarios. Cuando comemos tres comidas al día siguiendo horarios regulares, el estómago se condiciona a esperar comida en esos momentos. Prueba de ello son esas personas que hacen ayunos más de tres días. Está comprobado que ahí, los retortijones y gruñidos estomacales desaparecen. Lo que es mucho más importante y fundamental es que aprendamos a sentir el hambre celular o corporal. Ese hambre que nos indica que estamos bajos de azúcares, minerales y nutrientes y que a nuestro cuerpo se le está acabando la batería o gasolina para poder realizar la siguiente tarea. Por ello es muy importante una vez más estar conectados con las señales de hambre de todo el cuerpo, no solo las del estómago.

Si al estómago lo llenamos de palomitas y una bebida de cola en el cine, se sentirá lleno, pleno. Sin embargo nuestro cuerpo seguirá echando en falta minerales y nutrientes para poder realizar la siguiente tarea y de ahí viene muchas veces el nos sentirnos con fuerzas o demasiado cansados.

Y por otro lado, es conveniente distinguir entre el hambre estomacal y el hambre emocional, pues ambos suelen tener los mismos síntomas físicos en el cuerpo. La ansiedad y preocupación, en muchos casos se manifiestan físicamente en el estómago. Si no estamos bien conectadas con lo que nos está pasando, podemos confundirlo y esto nos llevará a comer sin necesitarlo realmente. Y de ahí puede surgir la culpa y la vergüenza por haber comido en exceso, con la única intención de aliviar un malestar creyendo que la solución está en el estómago.

Para ello, lo mejor sería sentarnos y ocuparnos de nosotros mismo de manera adecuada. Trabajando con la ansiedad desde su lugar de origen. Agradeciendo al estómago las señales que nos envía de que algo no va bien, pero ocupándose del problema en su lugar de origen. 

Por todo esto, lo más importante siempre es estar consciente, presentes y conectados con nuestro cuerpo, pues desde ahí, se vivirá con mucha más riqueza e intensidad todo lo que hagamos.

En la próxima entrega hablamos del hambre celular, mental y sobre todo, el hambre de corazón, que es el principal motivo de la gran hambruna de este nuestro primer mundo.

CEGADA POR LA LUZ DE LA NEVERA, por Char Wilkins

El otro día entré en casa, me dirigí directamente a la nevera y abrí la puerta. Madre mía, todo estaba tan luminoso ahí dentro que me deslumbré.
Cerré la puerta otra vez, pero algo dentro de mi me hizo volver a abrirla. Realmente sentía que necesitaba comer algo…

¿Qué quería?  ¿Qué necesitaba?  Recorrí una a una las estanterías de cristal repletas de comida con la esperanza de dar con lo que necesitaba comer. Necesitaba algo más que aire fresco y luces brillantes pero… pero nada en esas estanterías parecía satisfacer mi necesitad. No se si sabes a lo que me refiero.
Necesitaba algo en ese momento. ¿Por qué no podía ver lo que era? Había sido uno de esos días en que todo el mundo necesita algo de mí: mi atención, mi firma, mi decisión, mi tiempo… Cerré la nevera de un portazo, y todavía con mi mano sujetando e mango de la puerta como si fuera la linea de mi vida.
Estaba a punto de volver a abrir la puerta de nuevo cuando me di cuenta de que sentía enfadada: necesitaba comer algo y sin embargo nada de lo que había ahí me apetecía, nada era lo suficientemente bueno, nada parecía consolarme.
No sabía lo que quería comer…

¿Alguna vez os habéis encontrado mirando fijamente a la nevera, la despensa, las estanterías de una gasolinera o recorriendo de arriba abajo los pasillos del supermercado, queriendo algo, pero sin encontrar nada que os satisfaga?
¿Abriendo y cerrando la puerta de la nevera?. Cerrando de un portazo a las puertas de la despensa. De pie en un pasillo mirando a la bolsa de patatas que acabas de coger, y poniéndola de nuevo en su sitio, para a continuación, coger la siguiente bolsa y observando sus colores brillantes pero casi sin realmente ver, para continuación, volver a ponerla en su sito. Buscando algo para comer, sin sentir  hambre si quiera.

¿De verdad? ¿Nunca te has sentido así? ¡venga! ¡todo el mundo ha hecho esto en algún momento!
Cuando estamos cansados, enojados, tristes, aburridos, muertos de miedo o de vergüenza buscamos comida para calmar, sentirnos mejor, desconectar, recompensar, castigar o distraernos.
Este uso equivocado de la comida no es tan único, porque somos seres humanos y este es un hábito de la mente.

Mi colega Jan Chozen Bays impartió recientemente un curso de Alimentación Consciente en la red de 6 semanas patrocinado por Shambhala Press. Al responder a una persona que escribió que se iba a quedar delante de la nevera hasta que sus ojos y su boca se pusieran de acuerdo en determinar cual era ese “sublime bocado”, Jan escribió: "Una cosa en la que siempre me pillo y que me hace mucha gracia es hurgando en todos los rincones de la despensa sin encontrar nunca nada que me apetezca“.
Y ese es mi aprendizaje, que no lo encuentro porque lo que siento en ese momento no es hambre celular si no otra cosa.
Y acto seguido chequeo… ¿quién realmente tiene hambre aquí?
Char Wilkins, EE.UU.
(Traducido por Cuca Azinovic)
me-cl blog 

Para terminar, os invito a ver un vídeo de 10 minutos que os ayudará a profundizar en este hábito que hemos construido inconscientemente...

Buena semana a todos!

jueves, 17 de diciembre de 2015

6 Tips para Evitar los Atracones en Estas Fiestas

LLegan las fiestas Navideñas, los encuentros familiares y las celebraciones y tenía pensado escribir un post para esta época, sin embargo, leyendo el de mi compañera de profesión Lilia Graue, creo que no puede estar mejor expresado, así que en señal de agradecimiento por su años de dedicación y trabajo en Alimentación Consciente, os dejo con su post y con su página web, para que podáis seguir en contacto con ella http://www.mindfuleatingmexico.com/

 


A continuación te comparto algunos tips de Carolyn Coker Ross para evitar los atracones y recuperar el verdadero significado de estas fiestas. 



#1 Evita el pensamiento blanco o negro
Si luchas con tu relación con la comida, es muy probable que te descubras atrapada(o) acercándote a las fiestas como una situación de todo o nada, ya sea haciendo dieta y restringiendo o yendo al otro extremo y teniendo atracones, prometiendo ponerte a dieta después de Año Nuevo. Comer con atención plena es una forma más saludable de acercarte a la comida, permitiendo que la sabiduría de tu cuerpo te diga qué y cuánto comer.


 
#2 Practica comer con atención plena
¿Cuándo fue la última vez que comiste pasta o puré de papa? ¿El postre está prohibido? Muchas personas, especialmente quienes tienen una historia de hacer dieta, se han comprado el “fenómeno de la mala comida” etiquetando ciertos alimentos como ‘buenos’ y otros como ‘malos’. No existen alimentos malos. Lo único ‘malo’ (en el sentido de que hace daño) es la forma en que usamos la comida. Si utilizamos la comida para alejar la tristeza u otras emociones, para adormecernos, para lidiar con el estrés, la depresión o la ansiedad, para castigarnos, la estamos usando para el propósito equivocado. Ningún alimento en ninguna cantidad va a saciar el hambre del corazón.

En vez de establecer reglas rígidas que categorizan a los alimentos como buenos o malos, come los alimentos que disfrutes con atención plena. Esto podría sonar como luz verde para atracarte de ciertos alimentos, pero en realidad comer con atención plena es lo opuesto a como muchas personas comen en las fiestas. Implica bajar la velocidad, poner atención a todos tus sentidos al comer, y percatarte de las señales de hambre y saciedad de tu cuerpo.

Cuando comemos con atención plena, habitualmente comemos menos porque estamos satisfaciendo todos nuestros sentidos – vista, oído, olfato, gusto y tacto. Podemos elegir comer ciertos alimentos reconfortantes, pero estaremos más conscientes de cómo esto se conecta con nuestras emociones. Está bien comer el flan de la abuela y gozar los recuerdos de tu relación con ella, manteniéndote consciente y disfrutando plenamente cada bocado, además del recuerdo.


 
#3 Encuentra formas saludables de nutrir el hambre del corazón
Las fiestas pueden evocar ciertos recuerdos y sufrimientos. Algunas personas están lejos de seres queridos y extrañan los viejos tiempos, mientras que otras luchan con sus relaciones con miembros de la familia con quienes pasan las fiestas. En vez de enterrar tus sentimientos debajo de la comida:

  • Date tiempo y espacio para identificar lo que estás sintiendo
  • Pon atención a cómo tus sentimientos te llevan a comer en exceso
  • Encuentra un lugar o persona para expresar tus emociones en forma segura, sin miedo de juicios ni vergüenza
  • Crea una estrategia de manera anticipada para lidiar con las emociones en situaciones difíciles; por ejemplo, cuando tus familiares o amigos hagan comentarios acerca de tu peso, tus hábitos alimentarios o te presionen a comer
  #4 No hagas dieta
Las fiestas son una temporada en la que es aceptable involucrarse en hábitos poco saludables. Muchas personas “ahorran” todas sus calorías en los días u horas previos a la cena de Navidad o Año Nuevo. Para cuando se sientan a comer, están explotando de hambre y no pueden permanecer en atención plena al comer. Por otra parte, las fiestas son también ocasiones para beber alcohol en exceso, lo cual puede afectar tu capacidad para regular impulsos y discernir de manera clara tus necesidades físicas y afectivas.

Hacer dieta durante esta temporada es el camino idóneo para terminar en un atracón. En vez de saltarte comidas y después comer en exceso, es importante nutrirte escuchando a tus señales internas de hambre y saciedad.


 
#5 Da significado a las fiestas
Es difícil mantenernos ecuánimes durante las fiestas porque han perdido su significado. Si podemos restaurar el sentido, podemos recuperar el gozo y la gratitud de las comidas y celebraciones.

Aún si las fiestas se han tratado sólo de comer y beber desde que eras niña(o), nunca es tarde para crear nuevos rituales que representan quiénes somos ahora. Ya sea cocinar como familia, dar las gracias por la comida (en el boletín pasado te compartí una meditación de gratitud), dar un paseo después de cenar o encontrar gozo en actividades que no giren en torno a la comida serán una salvaguarda contra los atracones.


 
#6 Obtén ayuda para tu trastorno por atracón
Date el mejor regalo en estas fiestas: salud. Es importante reconocer que un trastorno alimentario, como lo es el trastorno por atracón, te aísla de tu familia y amigos, creando distancia emocional. Con el estrés de ciertas emociones y dinámicas familiares complejas, los síntomas del trastorno por atracón con frecuencia empeoran durante estas fiestas.

 

jueves, 29 de octubre de 2015

PIZZA Y APARTE...

Mi novio tiene la costumbre de comer pizza muchas veces para cenar. Lo que para mi siempre ha sido tabú, prohibido, veneno, él come con la mayor normalidad del mundo. De hecho lo clasifica como "algo ligero". Pero lo cierto es que no se come cualquier pizza. Se molesta en encargarla en su restaurante favorito de Madrid, recogerla personalmente, y cuando llega a casa le da un último golpe de horno con algún añadido casero que suele ser cayena o aceite picante. Y lo mejor de todo: No necesariamente se la come entera. Cuando se siente satisfecho a todos los niveles, deja de comer. Y si ha sobrado mucho, lo congela y para la próxima vez.

Pues bien, yo ayer hice el experimento de pedir pizza para cenar. Llevaba días dándole vueltas y anoche decidí que me iba a comer una pizza conscientemente. Observándome, conectada con mi cuerpo y disfrutando del momento sin críticas ni juicios. 
Y descubrí que hay maneras y maneras de comer pizza. Y yo, todavía ayer, incluso con todos los cursos de alimentación consciente que he dado, la comí desde lo prohibido.
La pedí en Telepizza, de verduras. Llegó casi fría pero no la calenté. Me senté a comerla y estaba sosa. Así que eche un chorrito de aceite picante y continué comiéndola. Al principio con las manos, pero luego decidí coger cuchillo y tenedor para comerla mas lentamente. Había una clara tendencia a comerla rápidamente y note en mi cuerpo una excitación y mucha inquietud en mi mente que me impedía centrarme en esa sola cosa, esa cosa que siempre he anhelado: en comer, saborear y disfrutar comiendo una pizza como cualquier persona. 
Podía más el factor prohibido que durante casi 30 años he cultivado en mi mente que centrarme en el momento presente sin más. 
Hacia la mitad, ya estaba llena, pero seguía pudiendo más el "efecto prohibido" que en este caso se traducía como "para una vez que la comes, ve hasta el final" que el cuidarme en mi cuerpo, en mi tripita y en mi nivel de satisfacción.
Y curiosamente,  cuando terminé con la pizza, mi mente, desde la excitación, no podía parar de buscar algo más que comer. Algo más prohibido... "ya que se ha abierto la veda...".

Pues bien. Me costó un montón poder dormirme. Mi estomago hoy se siente pesado y un poquito dolorido. Y el nivel de energía en mi cuerpo, bajito. No por la culpa que a diferencia de otras veces, no siento nada. Pero si porque los alimentos, nutrientes y minerales que le dí a mi cuerpo ayer no eran precisamente lo que mas energía me proporcionan, sobre todo por las cantidades en que se las dí. 
Quiero compartir esto con vosotros porque cada vez estoy mas convencida de que Comer Conscientemente es el camino. 
Para mi, este ejercicio ha sido muy liberador. Y me quita un gran peso de encima. La clave de todo ello hoy es: COME LO QUE TU CUERPO NECESITA, no lo que tu mente desea. Y desde ahí, no hay bueno/malo, correcto/incorrecto, permitido/prohibido. Desde ahí hay una enorme sabiduría esperando poder aflorar, esperando poder ser escuchada. La sabiduría de nuestro CUERPO.

Os dejo con las pautas de Geneen Roth:
Come cuando tengas hambre
Come lo que tu CUERPO quiere (no tu mente)
Para cuando hayas tenido suficiente
Come sentada
Come sin distracciones
No comas nunca a escondidas
Come disfrutando, saboreando, con placer 


lunes, 27 de octubre de 2014

Un templo llamado CUERPO

 
"La iglesia dice: el cuerpo es un pecado.
La ciencia dice: el cuerpo es una máquina.
La publicidad dice: El cuerpo es un negocio.
El cuerpo dice: Yo soy una fiesta ".-
Eduardo Galeano, Walking Words

Estamos acostumbrados a vivir siempre en la mente y la mente es la que suele regir nuestras vidas. Ayer leía una frase de James Allen que apuntaba: “Has llegado hoy hasta donde tus pensamientos te han llevado, y mañana llegarás hasta donde tus pensamientos te lleven”.
Y es que la mente juega un papel muy importante en nuestras vidas. Los seres humanos nos distinguimos del resto de mamíferos precisamente por nuestro uso de las capacidades mentales.
Sin embargo, quedarnos solo en la mente es vivir la vida de una manera muy limitada. Nuestra mente, y en concreto nuestro cerebro proviene del cerebro reptiliano, donde se encuentra el instinto de autopreservación y agresión, que posteriormente evolucionó al cerebro intermedio donde se haya el sistema límbico y las emociones para acabar en el cerebro racional o neocórtex que hoy en día usamos, donde se procesan todas las tareas intelectuales.
¿Que quiero decir con todo esto? Pues como decía mi profesor de Mindfulness, el Dr. Ronald Siegel: nuestro cerebro (el tuyo, el mío y el de todos) es velcro para lo malo y teflón para lo bueno. Estamos diseñados de serie para protegernos, es decir, atacar o para huir. Y es por esto que pasamos la mayor parte de nuestra vida en lo malo, elaborando sobre las preocupaciones, anticipándonos a lo que pueda pasar, o arrepintiéndonos de lo que fue y de lo que no pudo ser.
Y debido a todos esto, pasamos la mayor parte de nuestra vida haciendo uso de la mente pero se nos olvidan los demás invitados a este baile de la vida. Y el verdaderamente importante, el de honor, es nuestro cuerpo.
Yo vengo de una familia eslava con un carácter bastante fuerte donde todos crecimos con la creencia de “No hay dolor”. Y como yo interpreté desde pequeñita esto, es que hay siempre que tirar para adelante ante cualquier dolencia. Afortunadamente no es que haya tenido muchas enfermedades graves en mi vida, pero siempre he entendido el cuerpo como un vehículo para llegar a donde quería. Si le faltaba gasolina, se la ponía en cualquier estación y a seguir. Revisiones de ITV humana anuales y si todo bien, que solía estar bien, cerraba carpeta hasta el año siguiente.
 Sin embargo, a través Atención Plena (Mindfulness) y de la Alimentación Consciente (Mindful Eating) he ido poco a poco entendiendo que el cuerpo es mucho mas que un vehículo o una talla de vaqueros para poder estar mona.
Gracias a nuestro cuerpo estamos aquí. Sin él, nuestra vida no es vida. Es decir, sin cuerpo, no hay vida. Cuando no funciona, nada a nuestro alrededor funciona. Y cuando funciona, cuando nos sentimos bien, somos capaces de alcanzar la luna con las manos.
Tratar a nuestro cuerpo con amor y cuidado no sólo aumentará nuestro amor propio, sino que nos aportará un subidón de energía. Pongamos atención e intención en lo que le damos a nuestro cuerpo, no sólo porque nos queremos ver bonitas, sino porque nos queremos y nos queremos sentir bien. Alimentar nuestro cuerpo con alimentos ricos en nutrientes nos hará rebosar amor por todos los poros.
Para aprender a escuchar el cuerpo, como con cualquier escucha atenta, hace falta silencio, hace falta provocar momentos de encuentro.
Y ¿Cuándo podemos crear esos momentos de encuentro? Para mi, los tres momentos clave de encuentro con mi cuerpo diarios son a través de la meditación, cuando me alimento y cuando hago ejercicio.
Tanto en la meditación de respiración (Mindfulness) como en la meditación activa (yoga) o cualquier actividad de conciencia corporal, el cuerpo comunica su estado. Cuando a los pocos minutos de sentarme en el zafú consigo acallar la mente, el cuerpo empieza a hablar y los dolores o incomodidades empiezan a surgir. Y el latido del corazón se empieza a oír. Y me va hablando diciéndome lo que necesit para ese día, lo que el día anterior no le dí o de lo que lleva tiempo careciendo.
A través de la alimentación, además de darle el combustible básico que necesita, comprendo que alimentos le saben bien, cuales le sientan mejor y cuales le van a ayudar da sacar el día adelante con energía y buen ánimo.
Cuando se desarrolla una actitud en la cual nos responsabilizamos de la información interna qué proporciona nuestro cuerpo, los hábitos perjudiciales como el sedentarismo o la alimentación desequilibrada se modifican no por "deber" sino para disfrutar de más bienestar interior. Desarrollar una mirada de amor hacia el cuerpo no significa determinar si el cuerpo es bello o es feo, sino volver a casa para cuidar lo que es nuestro, lo que somos y nos vincula a la vida.
Y con la actividad física, en mi caso es la carrera, que es seguramente el momento en el que mayor presión le meto, es cuando mi cuerpo y yo nos volvemos uno y la comunicación es simultanea. La mente muchas veces quiere colarse repitiendo frases como: “ya has hecho mucho hoy” “hoy estás corriendo peor que nunca, no tenías que haber salido de casa” “me siento super pesada” “como me está costando” “no se si parar ya” “total, ya has corrido un día esta semana, no hace falta más”, etc., etc., etc. Pero el cuerpo sigue, silencioso, paso tras paso avanzando. Incluso a veces con mayor rendimiento de lo que mi cabeza puede percibir por todo el ruido mental de mis “saboteadores”, esos pequeños gremlings que todos tenemos que nos invitan a vivir permanentemente en nuestra zona de confort.
 Y aquí me permito insertar las sabias palabras de mi profesor de meditación y yoga, Gustavo G. Diex:
“No te involucres en una competencia contigo mismo, y si así lo haces, nótala y déjala ir. El espíritu del trabajo es el espíritu de la aceptación de uno mismo en el momento presente. La idea es explorar tus límites suavemente, con cariño y respeto a tu cuerpo. No es intentar romper los límites de tu cuerpo por querer transformarlo en un ideal. Eso puede ocurrir en forma natural si mantienes la práctica pero si tiendes a forzarte más allá de tus limites del momento en vez de relajarte en ello, puedes terminar dañándote. Esto simplemente podría hacerte retroceder y desanimarte sobre el mantener la práctica, en cuyo caso podrías encontrarte culpando al trabajo en ved de ver que fue tu actitud de intentar lograr algo la que te llevó a excederte. Ciertas personas tienden a entrar en un círculo vicioso de excederse cuando se sienten bien y con entusiasmo y luego no poder hacer nada durante un tiempo y desanimarse”.
Para esta temporada os propongo que cada una desarrolle su ritual de comunión con el cuerpo, para aprender a quererle y cuidarle como si fuera nuestro bien mas preciado… ¡que lo és!

martes, 16 de septiembre de 2014

Reto: Construye tu propio bienestar ¿Percepción o Realidad?

Mi amiga Mar y yo hemos empezado la nueva temporada escolar muy energetizadas y con muchas ganas de cuidarnos. Así que tenemos un reto entre manos muy divertido: 12 meses para crear nuestro propio bienestar, cada una el suyo, pero compartido que siempre es más divertido, gratificante y aporta más aprendizaje. Pues bien. El mes de Septiembre está dedicado a retomar contacto con nuestro cuerpo y nos hemos propuesto convertirnos en "mujeres que corren" (lamento decirlo pero suena mejor runners). Así que empezaremos oficialmente el próximo 27 de Septiembre corriendo la Carrera del Corazón, que son 5 kilómetros. Esto como preámbulo de la San Silvestre que nos espera en Diciembre.
Y poquito a poco hemos empezado a entrenar utilizando principalmente el sentido común y poniendo mucha conciencia y mimo en nuestro cuerpo.

 


En el pasado, Mar había hecho leves intentos entre corriendo y andando, por lo que alcanzar casi 4 kilómetros seguidos en el primer día de carrera fue para ella algo increíble. Único. Un kilómetro más y ya lo tenía conseguido. Nunca se pudo haber imaginado que era capaz de tanto solo con poner la intención. Con lo que queda demostrado que el límite no está en el cielo sino en la cabeza.
Pues bien, este domingo, como premio a lo bien que se encontraban nuestros cuerpos, decidimos salir otra vez a correr. A favor nuestro estaba que era voluntario, era domingo por lo que nuestro cuerpo estaba mas descansado e íbamos juntas, que eso siempre anima y motiva, en contra, que era un pelín más tarde que el horario normal y el calor y el sol apretaban más de lo normal.
Lo cierto es que hubo un tramo que las dos echábamos el higadillo, o por lo menos eso creíamos. Ambas sentíamos que estábamos corriendo peor que nunca, más lentas, más pesadas, cargadas de saboteadores suavemente susurrando en nuestros oídos... "no puedes, párate ya, total... no pasa nada, tu compromiso son dos días... no tres, estas agotada.... etc, etc, etc".
Pues bien, llegamos y no sólo eso, si no que marcamos el mejor tiempo desde que hemos empezado. Nuestra percepción, la de ambas, era que lo estábamos haciendo peor que nunca y sin embargo el medidor de actividad nos daba el mejor tiempo de todos.
Moraleja: Nuestra percepción se alimenta de pensamientos y sentimientos y nos da una evaluación en base a todo lo que pasa por nuestra cabeza. Sin embargo, nuestro cuerpo siempre nos da el mensaje de lo que es. Y dándonos una información tan real, ¿porque será que le escuchamos tan poco? Quizá será porque estamos tan desconectadas de él constantemente que no sabemos ni escucharle, ni cuidarle y mucho menos amarle tal y como es....
Os propongo uniros a nuestro reto y comenzar a tomar conciencia y poner en práctica sobre todo aquello que contribuye a construir NUESTRO PROPIO BIENESTAR...

ps. hoy hemos vuelto a superar la marca tanto de distancia como de velocidad... Y todo esto sin escuchar el cuerpo...!